sábado, 13 de febrero de 2010

Existe el cambio.

Cuando uno se hace mayor, pero no mayor en mente y alma (lo cual sólo unos pocos consiguen) sino mayor en edad, las cosas no se dejan para mañana, todo lleva un ritmo acelerado, se pone en marcha el ahora o nunca, el porqué no, el hagámoslo que la vida son dos días. Se aceleran los procesos en la relación: conocerse, viajes, vivir juntos. Se acelera la exigencia para con los demás y se acentúan los defectos, que ya una vez adquiridos, no se van.
Sin embargo, y aquí llega lo maravilloso, cuando uno es joven, las cosas fluyen. Se dejan hacer. Ese sin prisa pero sin pausa, pero más pausa que prisa. Ese flow tan maravilloso que te hace creer que eres el rey de tu mundo y él que lo controla totalmente. Voilá! He aquí la diferencia. Puede que los jóvenes tengamos la capacidad o don de dominar nuestra propia vida pero que al hacerte mayor, sientas que hay algo superior que la domina, que marca tus pasos en el tiempo.
Y digo yo... si podemos cambiar nuestro parecer de una manera tan firme, al pasar unas cuantas décadas, ¿por qué no es posible el cambio de las personas? Y me refiero al: 'las personas nunca cambian'. Pues amigos míos, las personas si cambian, y mucho.

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